AUDIENCIA GENERAL DE JUAN PABLO II

Miércoles 28 de mayo de 2003

 

Alabanza al Señor y petición de auxilio 

1. El salmo 107, que se nos ha propuesto ahora, forma parte de la secuencia de los salmos de la Liturgia de Laudes, objeto de nuestras catequesis. Presenta una característica, a primera vista, sorprendente. La composición no es más que la fusión de dos fragmentos de salmos anteriores:  uno está tomado del salmo 56 (vv. 8-12) y el otro, del salmo 59 (vv. 7-14). El primer fragmento tiene forma de himno; el segundo, es una súplica, pero con un oráculo divino que infunde en el orante serenidad y confianza.

Esta fusión da origen a una nueva plegaria y este hecho resulta ejemplar para nosotros. En realidad, también la liturgia cristiana, a menudo, funde pasajes bíblicos diferentes, transformándolos en un texto nuevo, destinado a iluminar situaciones inéditas. Con todo, permanece el vínculo con la base originaria. En la práctica, el salmo 107 -aunque no es el único; basta ver, por citar otro testimonio, el salmo 143- muestra que ya Israel en el Antiguo Testamento utilizaba de nuevo y actualizaba la palabra de Dios revelada.

2. El salmo que resulta de esa combinación es, por tanto, algo más que la simple suma o yuxtaposición de los dos pasajes anteriores. En vez de comenzar con una humilde súplica, como el salmo 56, "Misericordia, Dios mío, misericordia" (v. 2), el nuevo salmo comienza con un decidido anuncio de alabanza a Dios:  "Dios mío, mi corazón está firme; para ti cantaré y tocaré" (Sal 107, 2). Esta alabanza ocupa el lugar de la lamentación que formaba el inicio del otro salmo (cf. Sal 59, 1-6), y se convierte así en la base del oráculo divino sucesivo (cf. Sal 59, 8-10 = Sal 107, 8-10) y de la súplica que lo rodea (cf. Sal 59, 7. 11-14 = Sal 107, 7. 11-14).

Esperanza y temor se funden y se transforman en el contenido de la nueva oración, totalmente orientada a infundir confianza también en el tiempo de la prueba que vive toda la comunidad.

3. El salmo comienza, por consiguiente, con un himno gozoso de alabanza. Es un canto matutino acompañado por el arpa y la cítara (cf. Sal 107, 3). El mensaje es muy claro y se centra en la "bondad" y la "verdad" divinas (cf. v. 5):  en hebreo, hésed y 'emèt, son los términos típicos para definir la fidelidad amorosa del Señor a la alianza con su pueblo. Sobre la base de esta fidelidad, el pueblo está seguro de que no se verá abandonado por Dios en el abismo de la nada y de la desesperación.

La relectura cristiana interpreta este salmo de un modo particularmente sugestivo. En el versículo 6, el salmista celebra la gloria trascendente de Dios:  "Elévate -es decir, sé exaltado- sobre el cielo, Dios mío". Comentando este salmo, Orígenes, el célebre escritor cristiano del siglo III, remite a la frase de Jesús:  "Cuando seré exaltado de la tierra, atraeré a todos a mí" (Jn 12, 32), que se refiere a su crucifixión. Tiene como resultado lo que afirma el versículo sucesivo:  "Para que se salven tus predilectos" (Sal 107, 7). Por eso, concluye Orígenes:  "¡Qué admirable significado! El motivo por el cual el Señor es crucificado y exaltado es que sus predilectos se salven. (...) Se ha realizado lo que hemos pedido:  él ha sido exaltado y nosotros hemos sido salvados" (Origene-Girolamo, 74 omelie sul libro dei Salmi, Milano 1993, p. 367).

4. Pasemos ahora a la segunda parte del salmo 107, cita parcial del salmo 59, como hemos dicho. En la angustia de Israel, que siente a Dios ausente y distante ("Tú, oh Dios, nos has rechazado":  v. 12), se eleva la voz del oráculo del Señor, que resuena en el templo (cf. vv. 8-10). En esta revelación, Dios se presenta como árbitro y señor de toda la Tierra Santa, desde la ciudad de Siquén hasta el valle de Sucot, en Transjordania, desde las regiones orientales de Galaad y Manasés hasta las centro-meridionales de Efraín y Judá, llegando incluso a los territorios vasallos pero extranjeros de Moab, Edom y Filistea.

Con imágenes coloridas de ámbito militar o de tipo jurídico se proclama el señorío divino sobre la Tierra prometida. Si el Señor reina, no tenemos nada que temer:  no estamos a merced de las fuerzas oscuras del hado o del caos. Siempre, incluso en los momentos tenebrosos, hay un proyecto superior que gobierna la historia.

5. Esta fe enciende la llama de la esperanza. De cualquier modo, Dios señalará un camino de salida, es decir, una "plaza fuerte" puesta en la región de Idumea. Eso significa que, a pesar de la prueba y del silencio, Dios volverá a revelarse, a sostener y guiar a su pueblo. Sólo de él puede venir la ayuda decisiva y no de las alianzas militares externas, es decir, de la fuerza de las armas (cf. v. 13). Y sólo con él se conseguirá la libertad y se harán "proezas" (cf. v. 14).

Con san Jerónimo, recordemos la última lección del salmista, interpretada en clave cristiana:  "Nadie debe desesperarse en esta vida. ¿Tienes a Cristo y tienes miedo? Él será nuestra fuerza, él será nuestro pan, él será nuestro guía" (Breviarium in Psalmos, Ps. CVII:  PL 26, 1224).