BENEDICTO XVI
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 14 de diciembre de 2005
Dios lo ve todo
1. En dos etapas distintas, la liturgia de las Vísperas —cuyos salmos y cánticos estamos meditando— nos propone la lectura de un himno sapiencial de gran belleza y fuerte impacto emotivo: el salmo 138. Hoy reflexionaremos sobre la primera parte de la composición (cf. vv. 1-12), es decir, sobre las primeras dos estrofas, que exaltan respectivamente la omnisciencia de Dios (cf. vv. 1-6) y su omnipresencia en el espacio y en el tiempo (cf. vv. 7-12).
El vigor de las imágenes y de las expresiones tiene como finalidad la celebración del Creador: "Si es notable la grandeza de las obras creadas —afirma Teodoreto de Ciro, escritor cristiano del siglo V—, ¡cuánto más grande debe de ser su Creador!" (Discursos sobre la Providencia, 4: Collana di Testi patristici, LXXV, Roma 1988, p. 115). Con su meditación el salmista desea sobre todo penetrar en el misterio del Dios trascendente, pero cercano a nosotros.
2. El mensaje fundamental que nos transmite es muy claro: Dios lo sabe todo y está presente al lado de sus criaturas, que no pueden sustraerse a él. Pero su presencia no es agobiante, como la de un inspector; ciertamente, su mirada sobre el mal es severa, pues no puede quedar indiferente ante él.
Con todo, el elemento fundamental es una presencia salvífica, capaz de abarcar todo el ser y toda la historia. Es prácticamente el escenario espiritual al que alude san Pablo, hablando en el Areópago de Atenas, con la cita de un poeta griego: "En él vivimos, nos movemos y existimos" (Hch 17, 28).
3. El primer pasaje (cf. Sal 138, 1-6), como decíamos, es la celebración de la omnisciencia divina. En efecto, se repiten los verbos de conocimiento, como "sondear", "conocer", "saber", "penetrar", "comprender", "distinguir". Como es sabido, el conocimiento bíblico supera el puro y simple aprender y comprender intelectivo; es una especie de comunión entre el que conoce y lo conocido: por consiguiente, el Señor tiene intimidad con nosotros, mientras pensamos y actuamos.
El segundo pasaje de nuestro salmo (cf. vv. 7-12), en cambio, está dedicado a la omnipresencia divina. En él se describe de modo muy vivo la ilusoria voluntad del hombre de sustraerse a esa presencia. Ocupa todo el espacio: está ante todo el eje vertical "cielo-abismo" (cf. v. 8); luego viene la dimensión horizontal, que va desde la aurora, es decir, desde el oriente, y llega hasta "el confín del mar" Mediterráneo, o sea, hasta occidente (cf. v. 9). Todos los ámbitos del espacio, incluso los más secretos, contienen una presencia activa de Dios.
El salmista, a continuación, introduce también la otra realidad en la que estamos inmersos: el tiempo, representado simbólicamente por la noche y la luz, las tinieblas y el día (cf. vv. 11-12). Incluso la oscuridad, en la que nos resulta difícil caminar y ver, está penetrada por la mirada y la epifanía del Señor del ser y del tiempo. Su mano siempre está dispuesta a aferrar la nuestra para guiarnos en nuestro itinerario terreno (cf. v. 10). Por consiguiente, es una cercanía no de juicio, que infundiría temor, sino de apoyo y liberación.
Así, podemos comprender cuál es el contenido último, el contenido esencial de este salmo: es un canto de confianza. Dios está siempre con nosotros. No nos abandona ni siquiera en las noches más oscuras de nuestra vida. Está presente incluso en los momentos más difíciles. El Señor no nos abandona ni siquiera en la última noche, en la última soledad, en la que nadie puede acompañarnos, en la noche de la muerte. Nos acompaña incluso en esta última soledad de la noche de la muerte.
Por eso, los cristianos podemos tener confianza: nunca estamos solos. La bondad de Dios está siempre con nosotros.
4. Comenzamos con una cita del escritor cristiano Teodoreto de Ciro. Concluyamos con una reflexión del mismo autor, en su IV Discurso sobre la Providencia divina, porque en definitiva este es el tema del Salmo. Comentando el versículo 6, en el que el orante exclama: "Tanto saber me sobrepasa; es sublime y no lo abarco", Teodoreto explica el pasaje dirigiéndose a la interioridad de su conciencia y de su experiencia personal y afirma: "Volviéndome hacia mí mismo, entrando hasta lo más íntimo de mí mismo y alejándome de los ruidos exteriores, quise sumergirme en la contemplación de mi naturaleza... Reflexionando sobre estas cosas y pensando en la armonía entre la naturaleza mortal y la inmortal, quedé asombrado ante tan gran prodigio y, dado que no logré comprender este misterio, reconozco mi derrota; más aún, mientras proclamo la victoria de la sabiduría del Creador y le canto himnos de alabanza, grito: "Tanto saber me sobrepasa; es sublime y no lo abarco"" (Collana di Testi patristici, LXXV, Roma 1988, pp. 116-117).