AUDIENCIA GENERAL DE JUAN PABLO II
Miércoles 13 de noviembre de 2002
Jerusalén, madre de todos los pueblos
1. El canto a Jerusalén, ciudad de la paz y madre universal, que acabamos de escuchar, por desgracia está en contraste con la experiencia histórica que la ciudad vive. Pero la oración tiene como finalidad sembrar confianza e infundir esperanza.
La perspectiva universal del salmo 86 puede hacer pensar en el himno del libro de Isaías, en el cual confluyen hacia Sión todas las naciones para escuchar la palabra del Señor y redescubrir la belleza de la paz, forjando "de sus espadas arados", y "de sus lanzas podaderas" (cf. Is 2, 2-5). En realidad, el salmo se sitúa en una perspectiva muy diversa, la de un movimiento que, en vez de confluir hacia Sión, parte de Sión; el salmista considera a Sión como el origen de todos los pueblos. Después de declarar el primado de la ciudad santa no por méritos históricos o culturales, sino sólo por el amor derramado por Dios sobre ella (cf. Sal 86, 1-3), el salmo celebra precisamente este universalismo, que hermana a todos los pueblos.
2. Sión es aclamada como madre de toda la humanidad y no sólo de Israel. Esa afirmación supone una audacia extraordinaria. El salmista es consciente de ello y lo hace notar: "¡Qué pregón tan glorioso para ti, ciudad de Dios!" (v. 3). ¿Cómo puede la modesta capital de una pequeña nación presentarse como el origen de pueblos mucho más poderosos? ¿Por qué Sión puede tener esa inmensa pretensión? La respuesta se da en la misma frase: Sión es madre de toda la humanidad porque es la "ciudad de Dios"; por eso está en la base del proyecto de Dios.
Todos los puntos cardinales de la tierra se encuentran en relación con esta madre: Raab, es decir, Egipto, el gran Estado occidental; Babilonia, la conocida potencia oriental; Tiro, que personifica el pueblo comercial del norte; mientras Etiopía representa el sur lejano y Palestina la zona central, también ella hija de Sión.
En el registro espiritual de Jerusalén se hallan incluidos todos los pueblos de la tierra: tres veces se repite la fórmula "han nacido allí (...); todos han nacido en ella" (vv. 4-6). Es la expresión jurídica oficial con la que se declaraba que una persona había nacido en una ciudad determinada y, como tal, gozaba de la plenitud de los derechos civiles de aquel pueblo.
3. Es sugestivo observar que incluso las naciones consideradas hostiles a Israel suben a Jerusalén y son acogidas no como extranjeras sino como "familiares". Más aún, el salmista transforma la procesión de estos pueblos hacia Sión en un canto coral y en una danza festiva: vuelven a encontrar sus "fuentes" (cf. v. 7) en la ciudad de Dios, de la que brota una corriente de agua viva que fecunda todo el mundo, siguiendo la línea de lo que proclamaban los profetas (cf. Ez 47, 1-12; Zc 13, 1; 14, 8; Ap 22, 1-2).
En Jerusalén todos deben descubrir sus raíces espirituales, sentirse en su patria, reunirse como miembros de la misma familia, abrazarse como hermanos que han vuelto a su casa.
4. El salmo 86, página de auténtico diálogo interreligioso, recoge la herencia universalista de los profetas (cf. Is 56, 6-7; 60, 6-7; 66, 21; Jl 4, 10-11; Ml 1, 11, etc.) y anticipa la tradición cristiana que aplica este salmo a la "Jerusalén de arriba", de la que san Pablo proclama que "es libre; es nuestra madre" y tiene más hijos que la Jerusalén terrena (cf. Ga 4, 26-27). Lo mismo dice el Apocalipsis cuando canta a "la nueva Jerusalén, que baja del cielo, de junto a Dios" (Ap 21, 2. 10).
En la misma línea del salmo 86, también el concilio Vaticano II ve en la Iglesia universal el lugar en donde se reúnen "todos los justos, desde Adán, desde el justo Abel hasta el último elegido". Esa Iglesia "llegará gloriosamente a su plenitud al final de los siglos" (Lumen gentium, 2).
5. En la tradición cristiana, esta lectura eclesial del salmo se abre a la relectura del mismo en clave mariológica. Jerusalén era para el salmista una auténtica "metrópoli", es decir, una "ciudad-madre", en cuyo interior se hallaba presente el Señor mismo (cf. So 3, 14-18). Desde esta perspectiva, el cristianismo canta a María como la Sión viva, en cuyo seno fue engendrado el Verbo encarnado y, como consecuencia, han sido regenerados los hijos de Dios. Las voces de los Padres de la Iglesia como, por ejemplo, Ambrosio de Milán, Atanasio de Alejandría, Máximo el Confesor, Juan Damasceno, Cromacio de Aquileya y Germano de Constantinopla, concuerdan en esta relectura cristiana del salmo 86.
Citaremos ahora a un maestro de la tradición armenia, Gregorio de Narek (ca. 950-1010), el cual, en su Panegírico de la santísima Virgen María, se dirige así a la Virgen: "Al refugiarnos bajo tu dignísima y poderosa intercesión, encontramos amparo, oh santa Madre de Dios, consuelo y descanso bajo la sombra de tu protección, como al abrigo de una muralla bien fortificada: una muralla adornada, en la que se hallan engarzados diamantes purísimos; una muralla envuelta en fuego y, por eso, inexpugnable a los asaltos de los ladrones; una muralla que arroja pavesas, inaccesible e inalcanzable para los crueles traidores; una muralla rodeada por todas partes, según David, cuyos cimientos fueron puestos por el Altísimo (cf. Sal 86, 1. 5); una muralla fuerte de la ciudad de arriba, según san Pablo (cf. Ga 4, 26; Hb 12, 22), donde acogiste a todos como habitantes, porque, mediante el nacimiento corporal de Dios, hiciste hijos de la Jerusalén de arriba a los hijos de la Jerusalén terrena. Por eso, sus labios bendicen tu seno virginal y todos te proclaman morada y templo de Aquel que es de la misma naturaleza del Padre. Así pues, con razón se te aplican las palabras del profeta: "Fuiste nuestro refugio y nuestro defensor frente a los torrentes en los días de angustia" (cf. Sal 45, 2)" (Testi mariani del primo millennio, IV, Roma 1991, p. 589).