Salmo 72

Por qué sufre el justo



¡Qué bueno es Dios para el justo, 
el Señor para los limpios de corazón! 

Pero yo por poco doy un mal paso, 
casi resbalaron mis pisadas: 
porque envidiaba a los perversos, 
viendo prosperar a los malvados. 

Para ellos no hay sinsabores, 
están sanos y orondos; 
no pasan las fatigas humanas, 
ni sufren como los demás. 

Por eso su collar es el orgullo, 
y los cubre un vestido de violencia; 
de las carnes les rezuma la maldad, 
el corazón les rebosa de malas ideas. 

Insultan y hablan mal, 
y desde lo alto amenazan con la opresión. 
Su boca se atreve con el cielo. 
Y su lengua recorre la tierra. 

Por eso mi pueblo se vuelve a ellos 
y se bebe sus palabras. 
Ellos dicen: "¿Es que Dios lo va a saber, 
se va a enterar el Altísimo?" 
Así son los malvados: 
siempre seguros, acumulan riquezas. 

Entonces, ¿para qué he limpiado yo mi corazón 
y he lavado en la inocencia mis manos? 
¿Para qué aguanto yo todo el día 
y me corrijo cada mañana? 

Si yo dijera: "Voy a hablar con ellos", 
renegaría de la estirpe de tus hijos. 

Meditaba yo para entenderlo, 
porque me resultaba muy difícil; 
hasta que entré en el misterio de Dios, 
y comprendí el destino de ellos. 

Es verdad: los pones en el resbaladero, 
los precipitas en la ruina; 
en un momento causan horror, 
y acaban consumidos de espanto. 

Como un sueño al despertar, Señor, 
al despertarte desprecias sus sombras. 

Cuando mi corazón se agriaba 
y me punzaba mi interior, 
yo era un necio y un ignorante, 
yo era un animal ante ti. 

Pero yo siempre estaré contigo, 
tu agarrarás mi mano derecha, 
me guías según tus planes, 
y me llevas a un destino glorioso. 

¿No te tengo a ti en el cielo? 
Y contigo, ¿qué me importa la tierra? 
Se consumen mi corazón y mi carne 
por Dios, mi lote perpetuo. 

Sí: los que se alejan de tí se pierden; 
tú destruyes a los que te son infieles. 

Para mí lo bueno es estar junto a Dios, 
hacer del Señor mi refugio, 
y contar todas tus acciones 
en las puertas de Sión.