Con el corazón ante los salmos
Salmo 109.” El Señor lo ha jurado y no se arrepiente: Tú eres sacerdote eterno según el rito de Melquisedec”.

Autor: Padre Felipe Santos Campaña SDB

 

 

Sentimientos:

- Sacerdocio
- Mis manos para bendecir y perdonar
- Puente entre ti y la humanidad
- Gracias

Reflexión:

• Señor, esta mañana me encuentro de nuevo con mi sacerdocio. Recuerdo con ilusión aquella mañana en la que el cardenal me consagró de sacerdote para ser partícipe de la comunión de espíritu, testimonio y servicio en la Iglesia.
• Reconozco que en estos años de entrega a tu Evangelio, he tenido la oportunidad- gracias al poder que otorga la consagración sacerdotal- las muchas veces que he empleado mis manos para bendecir a la gente; la de veces que he trazado con ellas una cruz para perdonar a los pecadores en tu nombre; la de veces que me he sentido loco de alegría por el honor inmerecido de haber sido llamado para ser tu misionero en medio de la multitud que anhela escuchar tu palabra y recibir los signos visible de tu presencia entre nosotros a través de los sacramentos.
• Sé que hay un vínculo sagrado que me mantiene unido a ti y a la humanidad. Soy una especie de puente entre tú y el hombre. Te doy las gracias más sentidas porque, a pesar de las muchas dificultades que me presenta la sociedad, he seguido- con debilidades- fiel al día de mi ordenación sacerdotal.
• Eres tú, amigo Señor, el que das al hombre la capacidad de volver a encontrar su identidad según la medida de Dios.
• Y siempre me pregunto: ¿No es tal vez Cristo el secreto de la verdadera alegría profunda del corazón del sacerdote? ¿No es Cristo el amigo supremo y, a la vez, el educador de toda amistad auténtica?
• Pienso y creo que sí. Si a la gente, sobre todo al joven, se le presenta a Cristo con su verdadero rostro, seguro que lo experimentarían como una respuesta convincente y serían capaces de acoger el mensaje, incluso si es exigente, porque en contacto con Cristo la gente y el joven adquiere un amor más grande e intenso a la vida.
• Señor, desde aquel primer día en me ordenaste de sacerdote, he intentado profundizar en el conocimiento y en la adhesión a tu persona y a tu causa, siendo lo más fiel posible a la misión que me encomendaste en aquel día memorable.
• Al cabo de tantos años, sale de mi boca una palabra ungida de admiración: Gracias.

Buenos días, Señor, y gracias.