Salmos y experiencia personal de Dios

Salmo 38. Padre, no dejes que el mal me destruya

Autor: Padre Felipe Santos Campaña SDB

 

 

Antífona. Señor, acéptame sin cólera


Padre, corrige duramente,
Pero sin mostrarme tu cólera.

Me siento como si me castigaras,
Como si me golpearas por mis errores.

Siento la destrucción en todo mi ser
Y creo es causada por tu irritación.
No hay ya nada sano en mí.

Sé que todo viene de mis pecados
Que se multiplican siempre más
Y pesan en mí como un fardo que me aplasta.

Mi cuerpo está cubierto de llagas que supuran:
Sé que es mi responsabilidad.

Estoy encorvado y postrado;
Sombrío, me arrastro todo el día,
Pues me invade la fiebre;
Nada hay ya intacto en mí.

Antífona. Señor, todo mi deseo están ante ti


Estoy cansado, roto;
Mi corazón grita y se lamenta.

Padre, todos mis suspiros están ante ti;
Mis gemidos te sin muy conocidos.

Mi corazón no va bien,
Mis fuerzas me abandonan
Y estoy casi ciego.

Mis amigos huyen de mí ahora,
Mi familia se mantiene a distancia.

La gente que me quiere se aprovecha
Para destruir mi reputación
Murmurando contra mí perfidias.


Antífona. Sí, confieso mi pecado;
No me abandones, mi salvador


Pero yo, ante eso, estoy como sordo
Que no oye nada;

Como un mudo que no sabe hablar,
Que no puede replicar.

Eres tú, Padre, el que me da esperanza:
Eres tú, Padre, el que me responde.

He deseado no alegrarme nunca
Ante la gente que triunfa cuando vacilo.

Heme aquí presto a desfallecer
Bajo el peso de un dolor que no me deja.

Sí, reconozco que soy la causa
Y mi pecado me da miedo.

Entre la gente con salud y fuerza,
Hay quienes me odian injustamente;

Me devuelven mal por bien
Y me acusan por el bien que he buscado.

Padre, te suplico, que no me abandones;
Eres mi Dios, quédate conmigo.

Ven en mi ayuda,
Eres el Padre de mi salvación.