Salmos y experiencia personal de Dios

Salmo 106. Otra historia de amor al Padre

Autor: Padre Felipe Santos Campaña SDB

 

 

Antífona. Dios hace salir a su pueblo con gozo
Entre gritos de alegría, sus elegidos, aleluya.

I


Celebrad al Padre, proclamad su amor,
Dad a conocer su presencia en todo el mundo.

Cantad para él, alegraos con él,
Proclamad las manifestaciones de su corazón.

Sed felices con el amor que os ofrece,
Sed dichosos los que buscáis su presencia.

Acordaos de las maravillas que ha hecho,
De todas sus intervenciones desde antiguo,

Los descendientes de Abrahán y de su fe,
Vosotros que formáis parte de su familia.

Es él, nuestro Padre Dios
El que ha hecho la tierra y la gobierna.

Jamás ha olvidado sus primeras promesas,
Las que hizo para siempre.

Es una alianza concluida con Abrahán
Y que ha confirmado con su palabra a Isaac,
Renovada también por Jacob.


II


Al principio, era un puñado de emigrantes
Con los que se podía contar completamente.

Erraron a través de las naciones,
Iban y venían de un país a otro.

Pero el Padre no dejó a nadie que los oprimiesen,
Sus oponentes conocieron la derrota.

Era como él había dicho:
“No tocad a la gente que amo,
no hagáis daño a quines cumplen mi proyecto”.

Un día, fue el hambre en todo el país:
No hallaban nada para comer.

Pero alguien iba a salvarlos del hambre,
Fue José, vendido al Faraón como esclavo:

Lo metieron en la cárcel, con los pies y manos atados;
Así quedó hasta que se proclamó su inocencia
Por la gracia del Padre de su pueblo.

El rey, Faraón, dueño del mundo en ese tiempo,
Ordenó desatarlo y librarlo.


Lo estableció incluso como señor de su palacio
Y administrador de todas las propiedades;

Todos los príncipes del palacio debían servirle
Y los Ancianos aprender de su sabiduría.



III


Un día, la familia de José vino a Egipto
Y se instaló en este país poderoso.

Gracias a Dios, el pueblo se multiplicó
Y llegó a ser más fuerte que los egipcios

Que se pusieron a detestarlos de corazón
Y hacer contra él acusaciones falsas.

Entonces Dios encargó a Moisés de su destino,
Y eligió a su hermano Aarón para asistirlo.

Multiplicaron signos prodigiosos
En todo el país de los egipcios;

Anunciaron tinieblas
Y las tinieblas llegaron: Dios los escuchaba;

Mandaron cambiar el agua en sangre
Y todos los peces murieron;

El país fue infectado de ranas,
Hasta en las habitaciones del palacio;

Después fueron los gusanos y los mosquitos
En todo el territorio;

En lugar de lluvia, hubo hielo,
Tormentas y relámpagos por todo el país;

Las viñas y las higueras fueron devastadas
Y todos los árboles desgarrados;

Vinieron luego los saltamontes
Y las larvas innumerables

Que se comieron toda la hierba del país
Y los frutos del sueño;

Finalmente, le tocó la desgracia a los primogénitos
De cada familia. Murieron antes de ser adultos.

Fue entonces cuando el pueblo de Dios salió
Del país con todas sus familias,
Llevando la plata y el oro recibidos de los vecinos.

Egipto se alegró de su salida
Pues fue terrorífica.

El Señor dirigió la marcha de su pueblo:
Durante el día con una nube
Y durante la noche con fuego resplandeciente.

Ante sus peticiones, Dios los alimentaba
Con requesón y pan caído del cielo;

Para aplacar su sed, el agua salía de la roca
Corriendo como un río en pleno desierto.

Todo eso llegó a causa de la promesa
Hecha por el Señor a su servidor Abrahán.

Su pueblo pudo salir con alegría,
Con el gozo de sentirse amado.

Al fin, ocupó tierras ya habitadas,
Aprovechando el trabajo llevado a cabo antes de su llegada.

Pero debía respetar el designio de Dios
Y respetar todo lo que prescribía.

¡Aleluya!